TEXTOS FOLCLÓRICOS Y APRENDIZAJE EN EL AULA

-¿Quieres  que te cuente el cuento de Cacaravaca que nunca se acaba?
-Siiii
-No te digo que me digas ni que sí, ni que no, te digo que me digas que si quieres que te cuente el cuento de Cacaravaca que nunca se acaba
-Nooo
- No te digo que me digas ni que sí, ni que no, te digo que me digas que si quieres que te cuente el cuento de Cacaravaca que nunca se acaba
-… vaaaale.


Así comenzaban muchas de mis noches antes de dormir, momento en el que mi madre, profesora de infantil, leal admiradora de la literatura  y narradora nata me contaba un esperadísimo cuento.

La importancia de los textos folclóricos en la etapa de desarrollo de un niño son fundamentales. Lejos de los textos literarios complejos, las deducciones e interpretaciones correctas y las normas literarias, se esconden los cuentos que nos relataban nuestros abuelos los días que comías es su casa.
Los textos folclóricos cuentan con numerosas ventajas. La primera es que jamás volverás a escuchar el cuento exactamente igual, ni siquiera si es contado por la misma persona.
La segunda es que no son textos con moraleja ni a los que haya que realizar un análisis profundo intentando encontrar significados ocultos o aprendizajes, simplemente son cuentos, y los cuentos sirven para entretener y divertir.
La tercera y más importante es que favorecen el desarrollo de la imaginación personal, cada niño los interpreta según sus ideas entretejidas en su mente durante el desarrollo de la historia y se queda con esa parte que más le ha gustado, o que más le ha llamado la atención, incluso con esa parte que le ha llegado a poner los pelos de punta.

A la hora de realizar la actividad, no sabía por dónde empezar, los recuerdos de mi infancia se mezclaban con caperucitas, cabritillos y manzanas. He recordado, 22 años después las borrosas caras de las dos cuentacuentos que cruzaban el umbral de la puerta de doña Margarita una vez por trimestre, cargadas de historias espectaculares con las que dejarnos a todos con las bocas abiertas, pero sobre todo, esos momentos mágicos metida en la cama cuando mi madre se sentaba a mi lado, sin libro en la mano, solo con su imaginación, y me contaba una historia con la que irme a soñar, la cual terminaba con una adivinanza que sacaba de su gran saco de recursos para-hacer-que-Irene-deje-de-pedir-más (“hilo es hilo es, y no lo adivinas en un mes”).
Mi primera elección ha sido “El traje nuevo del emperador”, de Andersen.
Creo que fue mi cuento favorito durante años, a continuación lo comparto con todos  vosotros.

Hace de esto muchos años, había un Emperador tan aficionado a los trajes nuevos, que gastaba todas sus rentas en vestir con la máxima elegancia. No se interesaba por sus soldados ni por el teatro, ni le gustaba salir de paseo por el campo, a menos que fuera para lucir sus trajes nuevos. Tenía un vestido distinto para cada hora del día, y de la misma manera que se dice de un rey: "Está en el Consejo", de nuestro hombre se decía: "El Emperador está en el vestuario". La ciudad en que vivía el Emperador era muy alegre y bulliciosa. Todos los días llegaban a ella muchísimos extranjeros, y una vez se presentaron dos truhanes que se hacían pasar por tejedores, asegurando que sabían tejer las más maravillosas telas. No solamente los colores y los dibujos eran hermosísimos, sino que las prendas con ellas confeccionadas poseían la milagrosa virtud de ser invisibles a toda persona que no fuera apta para su cargo o que fuera irremediablemente estúpida. - ¡Deben ser vestidos magníficos! -pensó el Emperador-. Si los tuviese, podría averiguar qué funcionarios del reino son ineptos para el cargo que ocupan. Podría distinguir entre los inteligentes y los tontos. Nada, que se pongan enseguida a tejer la tela-. Y mandó abonar a los dos pícaros un buen adelanto en metálico, para que pusieran manos a la obra cuanto antes. Ellos montaron un telar y simularon que trabajaban; pero no tenían nada en la máquina. A pesar de ello, se hicieron suministrar las sedas más finas y el oro de mejor calidad, que se embolsaron bonitamente, mientras seguían haciendo como que trabajaban en los telares vacíos hasta muy entrada la noche. «Me gustaría saber si avanzan con la tela»-, pensó el Emperador. Pero habla una cuestión que lo tenía un tanto cohibido, a saber, que un hombre que fuera estúpido o inepto para su cargo no podría ver lo que estaban tejiendo. No es que temiera por sí mismo; sobre este punto estaba tranquilo; pero, por si acaso, prefería enviar primero a otro, para cerciorarse de cómo andaban las cosas. Todos los habitantes de la ciudad estaban informados de la particular virtud de aquella tela, y todos estaban impacientes por ver hasta qué punto su vecino era estúpido o incapaz. «Enviaré a mi viejo ministro a que visite a los tejedores -pensó el Emperador-. Es un hombre honrado y el más indicado para juzgar de las cualidades de la tela, pues tiene talento, y no hay quien desempeñe el cargo como él». El viejo y digno ministro se presentó, pues, en la sala ocupada por los dos embaucadores, los cuales seguían trabajando en los telares vacíos. «¡Dios nos ampare! -pensó el ministro para sus adentros, abriendo unos ojos como naranjas-. ¡Pero si no veo nada!». Sin embargo, no soltó palabra. Los dos fulleros le rogaron que se acercase le preguntaron si no encontraba magníficos el color y el dibujo. Le señalaban el telar vacío, y el pobre hombre seguía con los ojos desencajados, pero sin ver nada, puesto que nada había. «¡Dios santo! -pensó-. ¿Seré tonto acaso? Jamás lo hubiera creído, y nadie tiene que saberlo. ¿Es posible que sea inútil para el cargo? No, desde luego no puedo decir que no he visto la tela». - ¿Qué? ¿No dice nada del tejido? - preguntó uno de los tejedores. - ¡Oh, precioso, maravilloso! -respondió el viejo ministro mirando a través de los lentes-. ¡Qué dibujo y qué colores! Desde luego, diré al Emperador que me ha gustado extraordinariamente. - Nos da una buena alegría -respondieron los dos tejedores, dándole los nombres de los colores y describiéndole el raro dibujo. El viejo tuvo buen cuidado de quedarse las explicaciones en la memoria para poder repetirlas al Emperador; y así lo hizo. Los estafadores pidieron entonces más dinero, seda y oro, ya que lo necesitaban para seguir tejiendo. Todo fue a parar a su bolsillo, pues ni una hebra se empleó en el telar, y ellos continuaron, como antes, trabajando en las máquinas vacías. Poco después el Emperador envió a otro funcionario de su confianza a inspeccionar el estado de la tela e informarse de si quedaría pronto lista. Al segundo le ocurrió lo que al primero; miró y miró, pero como en el telar no había nada, nada pudo ver. - ¿Verdad que es una tela bonita? -preguntaron los dos tramposos, señalando y explicando el precioso dibujo que no existía. «Yo no soy tonto -pensó el hombre-, y el empleo que tengo no lo suelto. Sería muy fastidioso. Es preciso que nadie se dé cuenta». Y se deshizo en alabanzas de la tela que no veía, y ponderó su entusiasmo por aquellos hermosos colores y aquel soberbio dibujo. - ¡Es digno de admiración! -dijo al Emperador. Todos los moradores de la capital hablaban de la magnífica tela, tanto, que el Emperador quiso verla con sus propios ojos antes de que la sacasen del telar. Seguido de una multitud de personajes escogidos, entre los cuales figuraban los dos probos funcionarios de marras, se encaminó a la casa donde paraban los pícaros, los cuales continuaban tejiendo con todas sus fuerzas, aunque sin hebras ni hilados. - ¿Verdad que es admirable? -preguntaron los dos honrados dignatarios-. Fíjese Vuestra Majestad en estos colores y estos dibujos - y señalaban el telar vacío, creyendo que los demás veían la tela. «¡Cómo! -pensó el Emperador-. ¡Yo no veo nada! ¡Esto es terrible! ¿Seré tonto? ¿Acaso no sirvo para emperador? Sería espantoso». - ¡Oh, sí, es muy bonita! -dijo-. Me gusta, la apruebo-. Y con un gesto de agrado miraba el telar vacío; no quería confesar que no veía nada. Todos los componentes de su séquito miraban y remiraban, pero ninguno sacaba nada en limpio; no obstante, todo era exclamar, como el Emperador: - ¡oh, qué bonito! -, y le aconsejaron que estrenase los vestidos confeccionados con aquella tela, en la procesión que debía celebrarse próximamente. - ¡Es preciosa, elegantísima, estupenda! - corría de boca en boca, y todo el mundo parecía extasiado con ella. El Emperador concedió una condecoración a cada uno de los dos bellacos para que se la prendieran en el ojal, y los nombró tejedores imperiales. Durante toda la noche que precedió al día de la fiesta, los dos embaucadores estuvieron levantados, con dieciséis lámparas encendidas, para que la gente viese que trabajaban activamente en la confección de los nuevos vestidos del Soberano. Simularon quitar la tela del telar, cortarla con grandes tijeras y coserla con agujas sin hebra; finalmente, dijeron: - ¡Por fin, el vestido está listo! Llegó el Emperador en compañía de sus caballeros principales, y los dos truhanes, levantando los brazos como si sostuviesen algo, dijeron: - Esto son los pantalones. Ahí está la casaca. - Aquí tenéis el manto... Las prendas son ligeras como si fuesen de telaraña; uno creería no llevar nada sobre el cuerpo, más precisamente esto es lo bueno de la tela. - ¡Sí! - asintieron todos los cortesanos, a pesar de que no veían nada, pues nada había. - ¿Quiere dignarse Vuestra Majestad quitarse el traje que lleva -dijeron los dos bribones- para que podamos vestiros el nuevo delante del espejo? Quitóse el Emperador sus prendas, y los dos simularon ponerle las diversas piezas del vestido nuevo, que pretendían haber terminado poco antes. Y cogiendo al Emperador por la cintura, hicieron como si le atasen algo, la cola seguramente; y el Monarca todo era dar vueltas ante el espejo. - ¡Dios, y qué bien le sienta, le va estupendamente! -exclamaban todos-. ¡Vaya dibujo y vaya colores! ¡Es un traje precioso! - El palio bajo el cual irá Vuestra Majestad durante la procesión, aguarda ya en la calle - anunció el maestro de Ceremonias. - Muy bien, estoy a punto -dijo el Emperador-. ¿Verdad que me sienta bien? - y volvióse una vez más de cara al espejo, para que todos creyeran que veía el vestido. Los ayudas de cámara encargados de sostener la cola bajaron las manos al suelo como para levantarla, y avanzaron con ademán de sostener algo en el aire; por nada del mundo hubieran confesado que no veían nada. Y de este modo echó a andar el Emperador bajo el magnífico palio, mientras el gentío, desde la calle y las ventanas, decían: - ¡Qué preciosos son los vestidos nuevos del Emperador! ¡Qué magnífica cola! ¡Qué hermoso es todo!-. Nadie permitía que los demás se diesen cuenta de que nada veía, para no ser tenido por incapaz en su cargo o por estúpido. Ningún traje del Monarca había tenido tanto éxito como aquél. ¡Pero si no lleva nada! -exclamó de pronto un niño. - ¡Dios bendito, escuchad la voz de la inocencia! - dijo su padre; y todo el mundo se fue repitiendo al oído lo que acababa de decir el pequeño. - ¡No lleva nada; es un chiquillo el que dice que no lleva nada! - ¡Pero si no lleva nada! -gritó, al fin, el pueblo entero. Aquello inquietó al Emperador, pues barruntaba que el pueblo tenía razón; mas pensó: «Hay que aguantar hasta el fin». Y siguió más altivo que antes; y los ayudas de cámara continuaron sosteniendo la inexistente cola.


 He escogido este texto folclórico en prosa, en primer lugar, porque recuerdo partirme de risa escuchándolo, y en segundo lugar porque no es un cuento extremadamente conocido, de hecho he preguntado durante los últimos días a personas de mi entorno y ninguna lo conocía, por ello me gustaría perpetuar un clásico tan maravilloso en el aula.
Para comenzar, situaría la lectura de este texto en un curso de 2º de EP. No es un cuento complejo, no es muy largo de modo que los alumnos no perderán el hilo, ni desconectarán, pero si lo suficiente como para que los niños tengan que prestar atención a la historia. Además tiene un trasfondo cómico, y eso seguro les encantará.
Como utilidad del texto en el aula, no lo relacionaría con un tema concreto, simplemente lo contaría por diversión y comentaría con los alumnos la situación, invitándoles a contar una situación similar que conozcan y demostrándoles que si alguno de los personajes hubiese admitido no ver el traje, pese a quedar como un inepto, la historia no habría terminado así, ya que los truhanes no eran listos, simplemente el orgullo de los propios protagonistas les había hecho parecerlo.
A su vez, les invitaría a contarlo a sus familiares y amigos, de manera que ellos mismo experimentasen el narrar un cuento y trataran de recordar detalles o incorporar suyos propios a la historia.

Tras la lectura del cuento propondría una serie de cuestiones.
·         ¿Cómo pensáis que es el Emperador?
·         ¿Creéis que obraron bien los amigos del rey fingiendo ver el traje?
·         ¿Qué imagináis que hicieron los truhanes con el dinero que consiguieron?
·         ¿Qué pensarían los truhanes del Emperador y de sus súbditos?
·         ¿Qué pensáis vosotros de ellos?
·         ¿Habríais dicho la verdad al Emperador aun a riesgo de parecer tontos?
·         ¿Cómo habría terminado el cuento si uno de los amigos del rey le hubiese confesado no ver el traje?

No existe ninguna enseñanza moral en este tipo de narración, más allá del dilema de admitir la realidad o no, aun
sabiendo que puedes convertirte en el hazmerreír del pueblo, o el entendimiento de la torpeza de cada uno de los
protagonistas ante tal engaño al que fueron sometido, es por ello que no quiero sacar conclusiones sobre un “que
hemos aprendido” que no se puede tratar.



Como segundo texto de la actividad, contrasto con lo dicho anteriormente y me voy a la rama “comercial” del folclore. Mi elección es “La princesa y el guisante”
He de decir, que buscando el cuento de la recopilación de Andersen, he descubierto que existen numerosas diferencias con el que disfrutaba en mi niñez.
En la versión de mi madre, se incluían varias princesas caprichosas fallidas que no pasaron la prueba, y el número de colchones que colocaba la reina eran siete, los cuales contaba uno a uno a la vez que mi narradora a lo largo del desarrollo de la historia. Además la princesa protagonista era bastante más avispada que las anteriores, y al sospechar por la cantidad de colchones con los que se encontraba, se dedicaba a mover uno a uno todos, hasta dar con el guisante, momento en el cual, descubre las intenciones de la reina y actúa de forma inteligente simulando un tremendo dolor de espalda a la mañana siguiente, engañando de esta forma a toda la Corte y consiguiendo su propósito.
Es un claro ejemplo de como la narrativa folclórica cambia un poco cada vez que pasa por un narrador distinto.

A continuación, “La pincesa y el guisante” de Andersen (aunque debemos admitir todos que la versión de mi madre le lleva ventaja)

Érase una vez un príncipe que quería casarse, pero tenía que ser con una princesa de verdad. De modo que dio la vuelta al mundo para encontrar una que lo fuera; pero aunque en todas partes encontró no pocas princesas, que lo fueran de verdad era imposible de saber, porque siempre había algo en ellas que no terminaba de convencerle. Así es que regresó muy desconsolado, por su gran deseo de casarse con una princesa auténtica. Una noche estalló una tempestad horrible, con rayos y truenos y lluvia a cántaros; era una noche, en verdad, espantosa. De pronto golpearon a la puerta del castillo, y el viejo rey fue a abrir. Afuera había una princesa. Pero, Dios mío, ¡qué aspecto presentaba con la lluvia y el mal tiempo! El agua le goteaba del pelo y de las ropas, le corría por la punta de los zapatos y le salía por el tacón y, sin embargo, decía que era una princesa auténtica. «Bueno, eso ya lo veremos», pensó la vieja reina. Y sin decir palabra, fue a la alcoba, apartó toda la ropa de la cama y puso un guisante en el fondo. Después cogió veinte colchones y los puso sobre el guisante, y además colocó veinte edredones sobre los colchones.
La que decía ser princesa dormiría allí aquella noche. A la mañana siguiente le preguntaron qué tal había dormido. -¡Oh, terriblemente mal! -dijo la princesa-. Apenas si he pegado ojo en toda la noche. ¡Sabe Dios lo que habría en la cama! He dormido sobre algo tan duro que tengo todo el cuerpo lleno de magulladuras. ¡Ha sido horrible! Así pudieron ver que era una princesa de verdad, porque a través de veinte colchones y de veinte edredones había notado el guisante. Sólo una auténtica princesa podía haber tenido una piel tan delicada. El príncipe la tomó por esposa, porque ahora pudo estar seguro de que se casaba con una princesa auténtica, y el guisante entró a formar parte de las joyas de la corona, donde todavía puede verse, a no ser que alguien se lo haya comido.


Este cuento lo propondría en un aula de 1º de EP, debido a su brevedad y sencillez, de manera que los alumnos puedan seguir la historia sin problema alguno.
Las cuestiones propuestas tras la narración del cuento serían las siguientes:
  • ·         ¿Vosotros notaríais un guisante bajo 20 colchones?
  • ·         ¿Pensáis que las princesas deben ser siempre delicadas?
  • ·         ¿Creéis que la princesa sospechó algo al ver la torre de colchones e investigó por su cuenta?
  • ·         ¿Cómo pensáis que es el príncipe?
  • ·         ¿Y la reina?
  • ·         ¿Os gustaría invitar a la princesa a dormir a vuestra propia casa, sabiendo lo delicada que es?

Para esta segunda narración literaria, tampoco se puede obtener un esquema de valores resultante a raíz del desenlace, como es normal en este tipo de textos, no existe moraleja, al contrario que en las fábulas, sin embargo podría extraerse una enseñanza moral de alguno de ellos. Poniendo un ejemplo, del cuento de "Caperucita" se sobre entiende que no debes dejarte engañar por desconocidos, un valor aplicable hoy en día a la vida personal del niño para evitar que hablen con extraños, y de esta manera, males mayores.
Sin embargo en el texto de “La princesa y el guisante” no existe un paralelismo moral como en otras historias, no se puede aplicar como enseñanza moral el ser demasiado fino y delicado al hecho de compararse con una princesa. Simplemente le sacamos el lado divertido a la historia y les promovemos el narrar sus propias ideas sobre este pequeño cuento a raíz de las cuestiones propuestas, mediante las cuales trabajamos la inteligencia infantil y las reflexiones personales de cada alumno, y podremos notar como más de uno nos sorprende con sus respuestas.
En ninguno de los dos textos he tenido la necesidad que cambiar ninguna parte o palabra. Es cierto que la palabra “truhán”, “telar” o “pícaro” les resulten extrañas, pero no son macabras, ni malsonantes, es por ello que aprovecharía para explicar vocabulario nuevo que poder incluir en sus mentes.



Como último texto, he dado un salto a la otra punta de las opciones del amplio abanico del folclore y me tirando de cabeza a las leyendas folclóricas, y como buena toledana que soy, no hay leyendas más maravillosas que las de mi ciudad.
Quería elegir un texto folclórico distinto y con un trasfondo histórico real  con alumnos de cursos más altos, para poder relacionarlo también en el área de las sociales y la historia, así como de la literatura.
La elección ha sido dura, existiendo tantas y tan variopintas, pero ha sido ojeando un libro recopilatorio que realizaron mi fallecido tío y su compañero de historias, cuando he dado con una no muy conocida, "La Luz del Valle"
He de admitir que la mayoría de estas leyendas, fueron escritas de puño y letra de Bécquer, pero siendo la temática folclórica la principal de esta actividad, me he tomado la libertad de trabajar sobre un texto del libro que os he comentado, titulado “Paseos por las leyendas de Toledo”, de Juan Carlos Pantoja Rivero y Joaquín García Sánchez-Beato, ambos profesores, historiadores y apasionados por su ciudad y por todas las leyendas que entraña, que decidieron estudiarlas y recopilarlas para su disfrute.
Así mismo he encontrado escritos de Juan Carlos que puedo compartir con quién lo desee y quiera aprender más sobre este campo, en los que explica como reescribir una leyenda. No basta con modificar unos pocos nexos y actualizar el castellano antiguo, va mucho más allá de eso, y explica de manera muy intensa las normas a tener en cuenta a la hora de realizar un trabajo tan delicado como es recopilar y adaptar leyendas.


“Quien lea este libro debe saber 
que está lleno de mentiras con apariencia de verdades
No leerá la historia real de Toledo
 sino los caprichosos relatos
 que conforman una historia paralela,
 igual de interesante y necesaria por lo que significa para su legado”



LA LUZ DEL VALLE

 Todos la veían con nitidez y todos se sentían atraídos e intrigados por ella, porque de lo que sí estaban todos ellos seguros era de que nunca antes había brillado aquella luz tan intensa en la ermita del Valle. Era una luz blanca, poderosa, como un ojo luminoso que los mirara a ellos mientras ellos intentaban descifrar su enigma; una luz que tenía algo de sobrenatural, como si no fuera de este mundo. -Os digo que esa luz no la enciende nadie... –afirmaba el más alto, mirando alternativamente al otro lado del río y a sus acompañantes. -¿Quieres decir que se enciende sola? –preguntó otro, con un deje irónico en sus palabras. -Quiero decir que esa luz no tiene que ver con nada humano...
Un par de ellos se rieron abiertamente, pero el resto, otros tres, solo lograron esbozar una fría sonrisa, sin dejar de mirar el haz de luz que parecía brotar de los muros de la ermita. Tras ellos, la iglesia de San Lucas recogía la luz, en silencio, como si fuera cómplice de los misterios de aquella. Había anochecido unos minutos antes; por eso brillaba la luz del Valle, tal y como les habían dicho unos amigos esa misma mañana: nunca se encendía mientras el sol iluminaba la ciudad. Así venía ocurriendo desde hacía una semana o poco más, no mucho después de que terminara la guerra contra los franceses que había dejado Toledo desolado y destartalado, lleno de ruinas y de tristeza tras los saqueos de las tropas napoleónicas. Al día siguiente los mismos amigos de la tarde anterior volvieron al lugar, para contemplar otra vez el prodigio; cada uno traía una teoría distinta acerca de la luz. Para uno de ellos, a quien apoyaba un segundo, aquella luz era el brillo fantasmal de las almas en pena de los que habían muerto en la guerra de los franceses, que buscaban el descanso y se manifestaban así ante sus paisanos. Otro decía que era una luz que enviaba la Virgen del Valle, para iluminar a los toledanos que la veneraban, como premio por la defensa de la fe ante los invasores. El resto estaban convencidos de que aquella luz la encendía todos las atardeceres el santero de la ermita, sin saber explicar el porqué, tal vez para que se supiera, desde el otro lado, dónde estaba el templo, decían. Uno de estos últimos, ante los temores sobrenaturales que invadían a la mayor parte de sus amigos, decidió ir hasta la ermita, para comprobar allí mismo el origen de la luminaria misteriosa. Sus amigos le esperaron en ese mismo lugar en el que estaban, junto a la iglesia de San Lucas. Él, provisto de una linterna y de varios cabos de vela, por si se le gastaba la que llevaba encendida, inició su camino hacia el barco de pasaje, donde esperaba encontrar dispuesto al barquero. Llegó, cruzó el río, subió por el camino hacia la ermita y, cuando estuvo en el lugar exacto del que parecía manar la luz, solo encontró la misma oscuridad que le había acompañado a sus espaldas durante todo el trayecto: ni rastro de la luz del Valle. Desde allí, levantó su oscilante linterna e hizo unos movimientos con ella en el aire, para avisar de su presencia a sus amigos, antes de cambiar el cabo de la vela, casi consumido, por otro más largo de los que llevaba. Después, volvió junto al barquero, y, según se acomodaba en la barca, le dijo: -No hay ninguna luz en la ermita. El barquero miró a su cliente y luego levantó la vista a lo alto del cerro, hacia la ermita. No dijo nada, pero su mirada convocó la del otro hombre, que se sobrecogió al ver brillar la luz enigmática en el mismo lugar en el que él acababa de ver que no existía. De nuevo con su amigos, el expedicionario se mostraba tembloroso mientras les contaba todo el suceso de su aventura, y sentía un escalofrío intenso cuando aquellos le dijeron que en ningún momento había dejado de brillar la luz de la ermita y que no percibieron las señales que él les hizo con su linterna. El misterio se había hecho insondable.
El tiempo continuó su paso irrefrenable, la normalidad fue volviendo a la ciudad tras la posguerra y la luz del Valle dejó de iluminar las noches del otro lado del Tajo. Nadie supo nunca cuál había sido la causa de su presencia. ¿Qué era aquella luz?, ¿qué la provocaba? ¿Buscaba una oración para los difuntos o era una señal en defensa de esa fe que defendieron los toledanos durante la invasión francesa? ¿Era acaso, como algunos quisieron, el reflejo fantasmal de algún alma en pena...? Juan Carlos Pantoja Rivero y Joaquín García Sánchez-Beato, Paseos por las leyendas de Toledo, pp. 114-115


La elección la propondría para un alumnado de 6º de EP, debido al complejo vocabulario y a su longitud, así mismo a su contexto, ya que quizá en cursos más bajos podría perturbarles o incidir en el miedo en sus jóvenes mentes.
Además las leyendas son para disfrutarlas y vivirlas, todas tienen ese halo de magia e intriga, y muchas contienen sucesos históricos, como en este caso, y los cursos más altos tienen conocimientos superiores sobre historia de España. De este modo podría relacionarla con el área de sociales a la hora de situar geográficamente el Valle de Toledo, y de situar el marco social del que trata en historia.
También en el campo de la literatura podría hacer hincapié en Bécquer y en sus leyendas toledanas y tratar el tema de su vida y obra a raíz de una narración mediante la que puedo conseguir captar la atención del alumnado.
Las cuestiones relacionadas con este texto folclórico serían las siguientes:
  • ·         ¿Qué os ha parecido la leyenda?
  • ·         ¿Qué parte os ha impresionado más?
  • ·         ¿Qué creéis vosotros que pudiera ser la luz que aparece en la ermita cada noche?

  • ·         Proponed un final alternativo dando una explicación, lógica o irracional, sobre la luz.
  • ·         ¿Por qué creéis que el protagonista no pudo ver l luz cuando llegó a su origen, y por qué sus compañeros no vieron las ráfagas de luz que les mandaba?
  • ·         ¿Habríais subido a comprobar el origen de la luz si estuvieseis en su lugar?
  • ·         ¿Conocéis alguna leyenda? Pedid que se os cuente una y contadla a todo el aula mañana.

Bibliografía: 

-       Pantoja Rivero, J. and García Sánchez-Beato, J. (2015). Paseos por las leyendas de Toledo. Madrid: Imágica.

-       Pantoja Rivero, J. (2014). Guía Didáctica. Leyendas que conectan jóvenes y territorios.

-       Andersen, H.C. La princesa y el guisante. Rincón Castellano. (1997-2011)

-       Andersen, H. and Torri, J. (2016). Cuentos de Andersen. Ciudad de México: Juan Pablo Editor.

-        Andersen, H. (2004). The princess and the pea. Nueva York: Oxford University Press.

-       Andersen, H. and Cowley, J. (2015). The emperor's new clothes. [Minneapolis, Minnesota]: Big & Small.

Comentarios

  1. Estupendo trabajo, aunque no olvides que los cuentos tú los lees para aprenderte el hilo de la historia y para fijarte en los detalles, pero a los niños no debes leérselos sino contárselos. Como bien dices en la introducción, parte de la magia de estos cuentos es que nunca los vas a escuchar exactamente igual.

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